Toda mi vida, mi poesía, están hechas de ser estuario, desde la orilla o en el centro del remolino. Con los brazos bien abiertos, atrapando nada.
La cabeza partida al medio por ese río que no se ve. El tan bien nombrado.
Pajitas, troncos, serpientes de río, ahogados, bagres y viejas. En el Río de la Plata todo vale. Abraza, supera los ríos de mi paso: Estuvo conmigo en el Yangtsé, el Tajo, está en mi bolso en bandolera día y noche en el Sena, en los hoyos negros del firmamento.
Lo desgrané en nostalgia, blasfemias, cartas, cuentas y cuentos, sueños y pesadillas y sobre todo en estos poemas cruza de crónica y cantigas. Barcarola, lamento de esfinge y de quimera.
París, 18 de junio 2002
I
El poema; suma de experiencias, emociones, visiones, revés de la trama y tiempo.
De ese alambique salís vos con vos. Vos menos enemigo de vos.
Bastantes años me sumergí en lo oculto porque quería saber, comprender, poder descifrar el alfabeto de algún misterio.
Hoy comprendí que el enorme don es amar. La pasarela es tan frágil.
El puente de cuerdas, el vértigo.
A lo mejor ya lo pasé y ni siquiera me di cuenta.
O sí y el retorno es imposible.
Como cuando compartí una que otra noche de amor
como cuando poseí la juventud.
Por suerte el olvido borra con el codo.
Gran destejedor, gran.
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