“El poema hay que irlo a buscar”, suele decir Luisa. Y vaya si lo ha estado haciendo desde ya hace más de 50 años, con una exquisita erudición y su infatigable carácter de exploradora de la palabra. En Futoransky se condensa lo más argentino de la lengua española y lo más universal de las tradiciones literarias, una suerte de Arca de Noé de nuestra poesía, un delicado ejercicio de equilibrista entre lo arltiano y lo borgeano.
En estos primeros poemarios —“mi catedral de ruinas”, como los define— vemos también un componente esencial de toda su obra: la música, algo que viene con ella desde los tiempos del Conservatorio Municipal de Buenos Aires con Cátulo Castillo como profesor, así como de su pasión por la ópera. Junto a esa melodía, a veces explícita y otras secreta, que articula sus poemas, se despliegan diferentes registros lingüísticos; van del hablar de los arrabales y su Santos Lugares natal a un lenguaje más lírico y elaborado, y que provocan en el lector una sensación simultánea de intimidad y extrañeza. Su permanente andar por latitudes y decorados lejanos le ha permitido encontrar los pasadizos para decirnos aquello que se encuentra en lugares a los cuales no podemos acceder desde la prisa y la ceguera.
Mariano Rolando Andrade
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