tal la zamba
la cordillera toda nevada
me acuesto
amanece con franja
tan gris como la ciudad
gris desvencijado, insinuante
gris pacífico
la cordillera sigue allí
bruma
humilde ropa tendida en la ventana de uno que otro edificio alto
insisto en el color que destiñe, chorrea, impregna las paredes y las barbas
un gris amenazador
un gris argento/boliviano
destartalado de hace siglos
palmeras incomprensibles
de gran tronco y edad provecta
aclimatadas al salitre y al frío
la miseria trajo por carradas
para todo servicio
haití
cada tanto umbrales salpicados
de carpitas quechua
marcas, heridas modestas pero indelebles en el adoquín
el paso cae en londres 38
lugar de tortura
nombres, edades, en plaquitas de metal
hasta cuánto puede soportar un pueblo la locura y la crueldad de manos
de parte de su propio pueblo, pregunto en clase
y me llega el abrazo de una muchacha, que viene de todas las nieblas y congojas
-es lo último que supimos de mi abuelo, que pasó por allí
la tele insiste en que averigüe que es un jonrón
cuando amainó la marejada
de valparaiso
volvió un sol que no se puede mirar de frente
que alguien me diga por qué
santiago, domingo de junio 2017