por Luisa Futoransky
Cerca del castillo de Schweirin, capital de Mackleburgo y Pomerania Occidental, desayuné café aguado, quién sabe achicoria y pan con grasa y cebollita quemada como vi hacer a mi bobe en Santos Lugares.
Hoy día casi no se vende grasa ni en carnicerías ni en supermercados. La cebollita quemada en idish, según mi abuela en el zócalo primero de la infancia, se decía zibelle.
La ciudad había sido bastante nazi, bastante comunista. Acababa de reunificarse y estaba decidiendo a qué nuevo bastante adheriría.
Los trenes con vagones sellados donde sea que transiten, me obsesionan y aflora dentro de mí, la misma pregunta: ¿tendrán tanto ganado todavía para trasladar, y dónde?
Para desasosiego de mi traductora, la exposición y charla sobre voces destacadas de poetas latinoamericanas cambió de signo y rumbo y reconté la historia –para mi modesto público desconocida- de la jovencita del Tiergarten berlinés que pintó la Alemania de dentro y fuera, la Charlotte Salomon, diapositivas al canto, que no tenía decidido morir en Auschwitz. Quise devolver por un rato a los suyos, a sus lagos y al castillo de cuento de hadas su Leben oder theater? El teatro o la vida, la bolsa o la vida.
Nunca volví a desayunar con grasa ni unté mi pan con zibelle. Otro recuerdo de Schweirin no tengo. ¿Es bastante?
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