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La ventanilla, el techo y yo

a Bruselas

por LUISA FUTORANSKY

Puesta a cuestionarme: una vieja enciclopedia y usados diccionarios de la biblioteca pública Antonio Devoto fueron mi taller de escritura y fuente casi única de paliar ignorancias y abrevar curiosidades.
Estuvieron también el rumor para la sexualidad y el idish, idioma del secreto, idioma de entrecasa, para temores, chismes y cabildeos familiares.

Pasado el vaho de euforia de la primera adrenalina, todos los caminos son largos.
Ventanilla de tren. París, hacia algún sitio.
Lugares en los que uno se formula una repetida pregunta con ninguna respuesta: ¿quiénes viven aquí y cómo y por qué llegaron a este lugar?

La misma cuando el camión para en el altiplano y bajan y suben cholas, enseres, aves.
La misma en el destartalado bemó de Bali en cualquier terraza de arrozal.

En el altiplano no hay trenes, en Bali tampoco. Se vive sin.

Desde París en las ventanillas no hay vacas ni bichos, ni qué decir, tampoco gente.

Inexplicable: El tren para en la estación Saint Maxent l’ecole.
Hay un ciruelo en flor.

La luz es una de las razones mayores para el canto,

Una vez en el altiplano hice para calentarme un fueguito de guano, o lo fumé, creo. En París nunca.

La piel quemada de las caras del altiplano y del Tíbet es la misma. Los colores idénticos. Estridentes. En el Tíbet no hay llamas, en Oruro cada tanto.

Los trenes fueron fuente de escarceos eróticos. Arcaicos. Pensar en los manguitos de Ana Karenina y de Mimí en el último acto de La Boheme. En el ronroneo dramático o hipnotizador del trinomio locomotora de vapor-ruedas-rieles. En los aviones el low cost la emprendió contra el erotismo fugaz y ganó ampliamente la partida.

En un tren de frontera un uniformado quiere jugarme el pasaporte a las cartas. ¿O fue a los dados? El uniforme era de sarga verde; de solo pensar en ese tipo de tela de los militares me quedó un escalofrío, una alergia pronunciada, aspaventosa.

Entre Puerto Suárez y Corumbá me encontré una tortuga. Los sándwiches comprados en el andén eran históricamente deliciosos y las empanaditas de camarones también.

A la tortuga la mató un familiar a quien se la confié porque tenía jardín.
Hasta hoy nunca usé la palabra suegra, suegros, pero tener los tuve.

Medio siglo después tendría que aprender a perdonar; pruebo, pobre mujer, y del todo no sé si lo consigo.

La tortuga tuvo nombre: Quimomé.

¿A los ciegos les gustan las ventanillas?

Campos de maíz reconozco; la mazorca naciente -la palabra mazorca me quedó impregnada de sangre rosista y libros de historia que papá leía de Vicente Fidel López, hijo del autor del himno, ahora tan cortado que los jóvenes cuando les recito de memoria alguna estrofa especialmente sangrienta no me lo creen; comprobación, innecesaria, de mi fosilidad.

En los trenes los críos berrean menos que en los aviones; se agradece

Embrollada, la telaraña no existe.
Tuve hombres con ropa que olía a largo viaje en avión, entre humedad y cosa rancia.

Algo importante que aprendí anoche: el techo de la ópera de París de Marc Chagall cumplió 50 años. Fue muy controvertido. Entre las razones para la polémica el antisemitismo de los detractores no faltó.
En una carta de Malraux a Chagall sobre las discusiones suscitadas sobre la calidad y pertinencia de la nueva cúpula le dice que los improperios vertidos sobre la obra son para él y los elogios, todos, para el pintor.

Chagall cuando inauguró el techo de la Ópera tenía 77 años. Como yo hoy.

Siempre que me trepo a una ventanilla, ojo de buey o incluso ventana desconocida sin edificio enfrente, es decir con cielo y tierra a la distancia, aspiro a encontrarme astros, sirenas, almas paseanderas que tengan a bien brindarme un mensaje certificado personal de maravilla.
En Cábala el Jardín del Paraíso se llama Pardés.
Los jardines de afuera nunca son vulgares, ¿los de adentro?
La Referencia. El Talmud de Babilonia, Babli, dice;
Cuatro entraron al Pardes, Ben Azái, Ben Zomá, Elisha ben Abuya y Rabí Akiva. Ben Azái observó y enloqueció. Ben Zomá observó y murió, Elisha ben Abuya cortó las amarras, Rabí Akiva entró en paz y salió en paz.
Rabí Akiva estaba contra la ocupación de los romanos. Adhirió a la rebelión de Bar Kojba, el hijo de la Estrella. Los romanos lo capturaron, lo tuvieron unos años preso y por fin lo torturaron hasta que murió en el 135. El suplicio de Rabí Akiva consistió en peines de hierro calentados al rojo vivo con los que le arrancaron la piel hasta que murió, se dice que cantando la plegaria del dios único. Poco contó, al menos para él, salir vivo del Pardés.
Los romanos desollaban, los chinos , los nazis también. Sun Hao, Fu Sheng y Gao Heng fueron conocidos por arrancar la piel del rostro de la gente. El emperador Hongwu en 1396, ordenó el desollamiento de 500 mujeres. Ilse Koch también, en Buchenwald sentía un placer manifiesto por las lámparas y los libros encuadernados con la piel de los internados en el campo que con mano de hierro, nunca más explícitamente dicho, ella y su marido dirigían.
Otra gran ventaja: Las ventanillas no toman en cuenta si mi paso es claudicante, las escaleras sí.
Un café con ventana a la calle: gran ejercicio de sobrevivencia en estos tiempos donde los pulgares en las tabletitas reemplazan el fulgor de la mirada.
Vuelvo a la luz que tiene todas las respuestas y no puede dar ninguna porque la luz es muda.
Directiva: No el tema, no el objeto. Solo la luz y la mirada (sobre la desnudez de la luz). el negro oculta, el blanco aunque encandile, evidencia.
En el principio el verbo y el color.
Con el agua el arte aprende el movimiento.
El espejo de adentro y el de afuera van cada uno por su lado. Eso. La ventanilla, sobre todo la del tren, les tiende un puente de plata. Rutilante de noche como de día.
Estoy escribiendo esto con bastante contento. Siempre me placen mis últimos textos; los siento como un desafío a mi propia ley de gravedad. Y también contienen un placentero desconcierto: quién sabe dónde van a ir a parar.
Mirándolo bien mucho no importa.
¿Y si así como así me topo con la trascendencia natural?
¿En el paraíso hay plantas dóciles como para cubrirse las vergüenzas?
Las hojas de higuera son grandes y las de parra suaves.
Imposible respuesta. Imposible silencio.

La no vida, la aniquilación bestial, irrumpe en el texto esta mañana a la hora en que la gente va al trabajo, al colegio, a limpiar baños, a mojar la medialuna en el café con leche con las bombas, los detritus de sangre, cielorraso y humo del aeropuerto, del metro de Bruselas.

 

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Published in Poesía/Texto

3 Comments

  1. Carina Carina

    Ay Luisa llega al alma lo que escribiste, dice Juan que es la escritura de un/a “mensh”!!
    besooos
    Carina

  2. Víctor Redondo Víctor Redondo

    Luisa querida: simplemente MARAVILLOSO.
    Gracias.

  3. Luisa, muy bueno y terrible el poema. Te felicito. Tu lectora.

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